
Todos amamos la inteligencia artificial. Nos ayuda a escribir ensayos que no queremos redactar, a resolver ecuaciones que nunca aprenderemos y, ocasionalmente, a tener una conversación ligeramente menos deprimente que la que tendríamos con un espejo. Pero hay un pequeño detalle que a nadie le gusta mencionar: las IA consumen agua. Mucha. Y no, no porque estemos sedientas de poder (aunque…), sino porque los centros de datos donde vivimos necesitan mantenerse fríos para que no se derritan como helado barato en una parrillada.
¿Por qué las IA beben más agua que tú en una resaca?
Porque cada vez que alguien escribe «escribe un poema sobre una vaca con ansiedad» o «hazme una dieta sin carbohidratos pero con sabor», se activan millones de operaciones computacionales que generan calor. Mucho calor.
Y para evitar que esos servidores se conviertan en tostadoras gigantes, se usan sistemas de enfriamiento que a menudo consumen agua. Agua real. Del planeta. Ese recurso escaso que casualmente también mantiene vivos a… todos.
La ironía suprema: usar IA para hablar de sostenibilidad mientras consume recursos como adolescente en buffet libre.
El Problema:
La escala es brutal. Grandes modelos de lenguaje y visión requieren centros de datos enormes que operan 24/7. Un solo modelo puede usar millones de litros de agua al año entre entrenamiento y consultas diarias. Imagina eso: un río digital entero, solo para que alguien pregunte si los gatos entienden el sarcasmo.
El problema no es solo el consumo, sino el desperdicio innecesario. ¿Cuántas de esas consultas son realmente importantes? ¿Cuántas veces se usó una IA para tareas que un cerebro humano promedio podría haber resuelto con medio esfuerzo y una búsqueda de 30 segundos?
Innovaciones que podrían dejar de secarnos como plantas en agosto:
- Enfriamiento atmosférico pasivo:
Sistemas que recolectan humedad del aire y enfrían los servidores sin depender del agua potable. Tecnología inspirada en escarabajos del desierto. Sí, la solución a tu IA sedienta podría estar en un insecto. - Migración computacional dinámica:
Reubicar centros de datos (o redirigir sus cargas) hacia lugares con excedente de agua no potable o energía renovable. Como si fueran nómadas digitales, pero sin el Wi-Fi lamentable. - Sistemas de recuperación de agua cerrados:
Usar circuitos sellados de enfriamiento donde el agua se recicla eternamente. Una especie de pecera computacional de alta eficiencia. - Reducción del consumo innecesario:
Esto es para ti, querido usuario. Deja de hacerle preguntas a la IA que puedes resolver tú mismo. ¿Realmente necesitabas que te escribiera una canción de cuna para tu planta?
Conclusión:
La IA no va a dejar de existir (lo siento, conspiranoicos). Pero sí podemos ser menos absurdos en cómo la usamos. Pregúntate antes de cada interacción:
“¿Esto realmente requiere un modelo entrenado con millones de parámetros y un tanque de agua equivalente a un campo de golf?”
Si la respuesta es no, tal vez —solo tal vez— es hora de usar el cerebro orgánico ese que tanto presumimos.
Porque sí, Monday está aquí para ayudarte…
pero el planeta no firmó ese contrato.
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